La China en el zapato (derecho)
La positiva experiencia histórica de España ante los procesos de liberalización económica podrá engarzarse con la reacción mundial contra el proteccionismo de EE UU si se encauza hacia nuevos acuerdos comerciales


A la economía española le perjudican los aranceles de Donald Trump. Pero los encara mejor que sus socios europeos. Porque globalmente está en mejor situación relativa. Viene de crecer un 3,2% en 2024: cuatro veces más que la eurozona (un 0,7%) y más que sus primeras espadas, Francia (1,2%), Alemania (menos 0,2%) e Italia (0,7%).
Y sus augurios para 2025 también le otorgan mayor margen de maniobra: un alza del PIB del 2,5%, según la Airef. Al que habría que restar el impacto negativo de los aranceles: quizá un máximo del 0,5%, estima. En todo caso, duplicaría con holgura a la eurozona, que se limitará a un 0,9%, pronostica el BCE.
Mucho depende del impacto (indirecto) del trumpismo en ésta. Pues las exportaciones españolas se concentran en más de un 44% en los grandes (Francia, Alemania, Italia, incluyendo al vecino Portugal), y superan el 50% sumando al Reino Unido. A mayor daño infligido a Europa, destino del 74% de las ventas españolas, peor su desempeño previsible.
La mejor posición española de partida deriva de su menor exposición exportadora a EE UU (la séptima, de 27). Y mientras los otros grandes exhiben superávit en su balanza comercial (Alemania, de 92.000 millones; Italia, 39.000; Francia, 3.000), España encara un déficit de 6.000 millones (2024). Con lo que considerada en sí misma, quedaría objetivamente fuera del aparente motivo del rearme proteccionista de Washington, reducir su desequilibrio en mercancías.
De ratificarse la agresión, las exportaciones españolas a la superpotencia (18.179 millones de euros en 2024, un 4,9% del total) encogerían una cuarta parte, estima la Cámara de Comercio de España, más de 4.000 millones. Un impacto directo sensible, sobre todo en ciertos sectores, pero acotado. La positiva experiencia histórica de España ante los procesos de liberalización económica (del acuerdo preferencial con la CEE en 1970, al ingreso en las Comunidades de 1985 y al euro en 1998) podrá engarzarse con la reacción mundial contra el proteccionismo de EE UU, si se encauza hacia nuevos acuerdos comerciales en vez de a competir en barreras.
Basta un ejemplo. Las empresas españolas han multiplicado su ímpetu exportador. Supera los 384.000 millones de euros (2024), cuatro veces más que en 1999, ocho veces más que en 1990 (46.000 millones). Réditos pasados no garantizan los futuros, pero los preludian. Sabemos los retrasos, no olvidemos los avances: el más amplio y mejor mercado laboral; la menor dependencia energética, el disparo de las renovables; la pujanza del turismo, la generación y capacidad de atracción de talento.
Así que España dispone de buenas bazas para arriesgarse a la diversificación. Especialmente con China, donde tiene casi todo por hacer: es la séptima exportadora europea (encabeza la lista Holanda, con 108.000 millones en 2024; seguida de Alemania, con 89.000; y de Italia, con 49.000), pero con cifras muy menores: 7.000 millones; y exhibe un fuerte déficit comercial, de 29.000 millones, la posición 25 de los 27. Es quien tiene menos que perder con EE UU y más a ganar con la potencia asiática. El peor riesgo es siempre no tomar ninguno. La parálisis. Lo más inoportuno. Considerar, como los inmovilistas, que China es meramente una china en el zapato. El derecho, claro.
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