El correísmo, obligado a reinventarse en Ecuador

Rafael Correa
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El correísmo, obligado a reinventarse en Ecuador

Luego de tres derrotas electorales consecutivas, el partido del expresidente Rafael Correa enfrenta una crisis de identidad que no tiene precedentes

Rafael Correa
Federico Rivas Molina
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Buenos Aires – 21 abr 2025 – 05:45CEST
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Revolución Ciudadana ya no es lo que era. El partido del expresidente ecuatoriano Rafael Correa (2007 y 2017) suma tres intentos fallidos por volver al poder. Sus candidatos perdieron en las presidenciales de 2021 y 2023 y sufrieron una paliza sin precedentes en las celebradas el domingo pasado, por casi 12 puntos, 1,2 millones de votos, contra el conservador Daniel Noboa, que obtuvo su reelección. Ante un varapalo de tal magnitud, parece haber llegado la hora de la renovación. No solo de protagonistas, sino también de ideas. El correísmo se aferra ahora, sin el aval de los observadores internacionales, a la idea de un fraude electoral que justifique una derrota que empezó mucho antes que con el conteo de votos.

Buena parte de los ecuatorianos recuerda los diez años de Correa como de bonanza y estabilidad. Eran los tiempos del auge de las materias primas y una mayoría de gobiernos de izquierda encabezaba una etapa de alta inversión pública. Ecuador, pero también Brasil, Argentina, Venezuela o Bolivia, vieron cómo crecían sus infraestructuras y se ampliaba el acceso a la salud y la educación. Los detractores de Correa denunciaban, mientras tanto, un deterioro de las instituciones y una deriva autoritaria. La estrella sudamericana comenzó a apagarse en la segunda mitad de la década pasada. En 2017, Correa se autoexilió en Bélgica y consiguió asilo cinco años después tras una condena por corrupción, una fallo que siempre consideró producto de una persecución política orquestada por la derecha.

Correa tiene prohibido postularse a cargos públicos, pero controla a distancia Revolución Ciudadana, el partido más grande y estructurado de Ecuador. Desde las redes sociales, donde tiene casi cuatro millones de seguidores solo en X, influye en la política de su país. Sus mensajes son escuchados y atendido por la dirigencia local y le garantizan la centralidad del debate político.

En las elecciones de 2023 y 2025, Correa eligió como candidata presidencial a Luisa González, funcionaria de su confianza durante su Gobierno. Las campañas electorales se estructuraron alrededor de la idea de “antes estábamos mejor”. Los datos refuerzan esta afirmación: la pobreza en Ecuador pasó del 21,5% en 2017 al 28% el año pasado —en las zonas rurales el porcentaje alcanza el 43,2%— y la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes creció en el mismo periodo desde el 5,6 hasta el 38,7, una verdadera tragedia nacional asociada a la disparada del narcotráfico. Ante este escenario, el correísmo se presentó como la única opción a la derecha de Daniel Noboa. No fue suficiente, porque González perdió ambas elecciones.

“Uno de los problemas del correísmo es la narrativa” dice Selene López, politóloga y consultora política. “Hoy se posiciona con una identidad anti: antinoboísmo, antiliberalismo. Ser oposición limita el alcance de tu proyecto. Javier Milei en Argentina o Nayib Bukele en Ecuador representan preceptos muy duros, pero tienen un lugar adonde llegar. ¿Adónde quiere llegar el correísmo? No alcanza con decir ‘quiero volver al pasado”, dice. La analista compara a Revolución Ciudadana como un equipo de fútbol: “Esta es la tercera vez que el correísmo llega a la final del Mundial, pero no pierde por cómo llega al partido, sino por cómo llega a las eliminatorias, porque no tiene entrenador y sus jugadores están lesionados. Su problema es estructural por falta de renovación de su estrategia a largo plazo y de una identidad que conecte con las nuevas generaciones. Mientras sigan confiando en ganar con las glorias del pasado, seguirán perdiendo el Mundial”, resume.

Para superar a las “glorias del pasado”, Arias propone “una participación activa de quienes ahora representan de manera visible al partido, como sus alcaldes y prefectos, y que Correa no intervenga sino solo como viejo sabio”. Se trata, en el fondo, de lograr “una menor dependencia de Bélgica y una mayor inserción de las voces locales”. López dice que durante la campaña fue evidente que Correa estuvo más ausente y dio alas a Luisa González, pero no pudo evitar que sean “sus decisiones las que hacen que su partido se vea como se ve”. El desafío de Revolución Ciudadana, entonces, es “pensar en el futuro qué rol se le da a Correa, para que no sea un caudillo, sino un legado fundador que esté ausente de las decisiones. El partido tiene el problema de haber concentrado todo el capital político en una persona y no en un proyecto. Tienen que pasar ahora de ser el partido de Correa como persona al partido de las ideas de Correa”.

Además de encontrar nuevas glorias, el correísmo debe desarmar los miedos que la oposición ha logrado adosarle como marca de su identidad. Más de la mitad de los ecuatorianos, al menos el 56,7% que votó por Noboa, está convencido de que Revolución Ciudadana es un “narcopartido” que defiende a las mafias y se hunde en la corrupción. Así lo demuestran los grupos testigos estudiados por López, evidencia “de que el partido tiene un grave problema”. Solo si combate contra esos miedos podrá concentrarse en su rol de opositor a Noboa, dando peso a sus legisladores en la Asamblea.

La denuncia de fraude en las elecciones podría ser funcional a esa estrategia, porque quita ante los votantes de González legitimidad al Gobierno de Noboa. “Deben ser más oposición en el sentido de fiscalizar y representar a ese 44% que lo votó desde el primer día. Poner la agenda de sus votantes por encima de la propia”, opina Caroline Ávila, analista política y académica. Los dirigentes más importantes se han mantenido casi en silencio tras las elecciones, a la espera de las decisiones que tome Luisa González durante esta semana. Recién en ese momento los ecuatorianos tendrán pistas sobre qué hará el correísmo para resurgir del varapalo de la segunda vuelta.

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Federico Rivas Molina
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Federico Rivas Molina – twitter
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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