Los ladrillos de Liu Jiakun
Tras el terremoto de Sichuan, el último premio Pritzker ideó la manera de mezclar ladrillos con cemento y fibras vegetales para reconstruir la ciudad. Esa producción semiartesana ha marcado su arquitectura


El último ganador del Premio Pritzker, Liu Jiakun (Chengdu, China, 1956), dio muchas vueltas, fuera y dentro de su cabeza, antes de convertirse en arquitecto. El escenario de su infancia fue un hospital, el de su ciudad, Chengdu, donde trabajaba su madre y buena parte de su familia de médicos. De joven, fue enviado a trabajar en el campo, como muchos adolescentes hijos de la revolución China. Luego dudó en convertirse en pintor. Dudaba entre escribir y dibujar. Por eso pidió trabajar en el Tibet y en Xingjiang, dibujando y escribiendo. Tras esos años, decidió estudiar arquitectura porque pensó “que así podría dibujar”. Pero esa otra mirada adquirida en la duda y la distancia lo convirtió en un renovador. En un inventor incluso. Solo tenía que aparecer la oportunidad para serlo.
Abrió su propio estudio de arquitectura en 1999. Firmó dos museos y sendas ampliaciones de la Escuela de Bellas Artes. En el Tíbet había aprendido una lección budista: parecerse al agua, penetrar y desaparecer. Como declaró el jurado del Pritzker, “sabía que una estrategia era más importante que un estilo”. Y aplicó ese conocimiento. Lo hizo cuando un terremoto sacudió la ciudad de Sichuan y, como tantas otras personas, él acudió a ayudar. Allí se fijó en los escombros. Qué iba a ocurrir con todo aquello. ¿Se podía construir a partir de la destrucción?

Esos escombros cambiaron su carrera profesional. Investigó la manera de convertirlos en ladrillos. Y así, ideó los rebirth bricks, ladrillos que ganaban otra vida. Y comenzó a emplearlos en sus obras. El primer proyecto en el que los utilizó fue en el patio del museo Shuijingfang en Chengdu, su ciudad. Descubrió así que los edificios ganaban otras texturas. Enviaban el mensaje de la importancia del reciclaje. También el del cuidado de la memoria. Y reforzaban una idea clave en su trabajo: la necesidad de que la artesanía no quedara enterrada por la industria.
El rebirth brick project nació un mes después del terremoto como una necesidad básica: contar con materiales locales para reconstruir la ciudad dañada. Para ello se trabajaba una amalgama de escombros, fibras —paja o esparto proveniente del campo local— y cemento que actuaba como aglomerante. Los ladrillos reconstruyeron muchos edificios. También se expusieron en la Bienal de Venecia. Y cambiaron la manera de trabajar de Jiakun, no sólo su sostenibilidad. También su expresividad. Y su manufactura.

Así, no es que la obra de Jiakun haya pasado de ser cultural a convertirse en social, es que ha tomado conciencia de que China consume el 60% del hormigón que se produce en el mundo. Ante esa realidad, la arquitectura de Jiakun ha evolucionado. Se ha ido haciendo más social y reivindicativa gracias a la atención que el arquitecto ha ido prestando a los legados culturales, a lo que no debería perderse y también, a lo que ocurre en la vida. Por eso su obra es a la vez una alternativa a las prisas de la supuesta modernización de las ciudades chinas y una defensa de la memoria, un cuestionamiento de la globalización y una apuesta por la reinvención que descarta la página en blanco.
“Cuando la ciudad crece vertiginosamente, los recuerdos se desvanecen y el espacio público se erosiona” escribió Jiakun en su novela Project Moon. Los edificios de Jiakun, como los de Wang Shu, o las iniciativas de Yung Ho Chang —los cabecillas entre los arquitectos que intentan actualizar la arquitectura china sin recurrir a modelos importados—, tratan de poner remedio a tanta pérdida.

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