Los 10 lugares favoritos de… Carlos Pinto: “A los nueve años veía ocho películas en el cine a la semana”
El famoso presentador de televisión y escritor habla de los sitios en los que se inspira, los completos de su infancia con su madre y la importancia del cine en su formación


El Dominó de Huérfanos. Mi padre tenía una pequeña fábrica de calzado y mi madre vendía en zapaterías de Franklin, Estación Central, Matucana, y los viernes tenía que ir a cobrar. Yo era un niño y me pedía que la acompañara. Cuando la cosecha era buena, el premio era llevarme a comer un completo a la fuente de soda Dominó de la calle Huérfanos. Íbamos del brazo y llegábamos al local donde uno no se puede sentar, con mucha gente, todos de pie, y pedíamos un completo con esa mayonesa especial, con cebolla, cilantro. Para mi era un deleite. Y me decía ‘¿Quieres más?’, y yo con la boca llena asentía. (Huérfanos 1296)
Cines Sur. Los cines del centro para mí representan tanto. Entre los nueve y los 11 años yo veía ocho películas en el cine a la semana. El sábado veía dos o tres, el domingo tres, y el lunes otras dos. Generalmente, mi mamá me permitía ir con un amigo que tenía 15 años. Él me acompañaba los sábados, los domingo los amigos del barrio y los lunes iba solo después del colegio. Salía a las 17.00 horas, iba a tomar té rajado [rapidísimo] y me veía dos películas. Llegaba como a las 23.00 horas a mi casa con mi mamá esperándome afuera. El Cine Sur me encantaba. Era mi cine. Yo siempre fui alto y aparentaba más, así que entraba a las de mayores de 14. Veía lo que cayera, pero me gustaban las películas de cowboy. Me sabía el nombre de todos los artistas. Los cines del centro eran un orgullo. El Cine Metro, el Cine Bandera, el Cine Windsor, el Gran Palace.
Estadio Nacional. Me encanta el fútbol, siempre mi padre me llevó al estadio, a mediados de semana, viernes o domingo. Soy del Audax Italiano, igual que él. Yo veía mucho películas italianas, Monicelli, qué se yo, entonces decía que era italiano. Iba con mi papá y sus amigos, que eran muy molestosos. En ese tiempo no habían asientos individuales, sino banquetas, donde la gente se iba juntando y juntando. Cuando alguien quería pasar, tenías que ponerte de pie. Entonces, mi papá con sus amigos le pegaban una palmadita a los que pasaban y yo sufría. Tengo preciosos recuerdos ahí, los vendedores… Esas imágenes aparecen siempre en mis cuentos. (En la intersección de la Avenida Pedro de Valdivia y la Avenida Grecia)

Club Hípico. Mi abuelo me llevaba, pero los días de semana, para ver pasear a los caballos y todo ese cuento. El cumplió una misión bien importante en mi vida porque era como el padre que tenía a todas las horas, lo que es muy importante para un chico. Al club lo atraviesa un canal de agua que todavía existe. La mayoría de los que cuidaban y preparaban a los caballos tenían unos caballitos de madera pintados, con nombre y todo, con los que jugaban a las carreras en el canal. Un tipo hacía de árbitro, establecían una meta a 30 metros, y lanzaban los caballitos al canal, que avanzan según las olitas del agua que corría. Hacían sonar los dedos, apostaban plata y eso a mí me volvía loco. Muchas veces jugué a eso con mi abuelo. Yo inventé el programa Zoom Deportivo y una vez fui al club e hice un reportaje sobre la carrerita en el canal que salió muy bonito. (Av. Blanco Encalada 2540).
Pueblito los Dominicos. Llevo un tiempo viviendo en las cercanías y es un sitio recurrente, ya sea de paso o porque se forman ferias, festivales o eventos para perros a los que traigo a mi Bianca, que tiene 15 años. Voy sobre todo ahora que estoy escribiendo cuando tengo dudas sobre el avanzar de un personaje. Aquí resolví muchas cosas en relación a mi primer libro, El silencio de los malditos. Con la tranquilidad de la tarde, donde hay menos gente, me llevo un termo con café y resuelvo, a veces con lápiz y papel. Ahí tomo la decisión de matar a Superman. Nadie imagina que Superman o James Bond pueden morir. Pero como mis personajes tienen nombre y apellidos, puedo matarlos. Como Condorito, tomo al espectador desde la jeta [boca]. El personaje los entusiasma, lo quieren y si tú lo matas, es terrible. Pero lo he hecho porque tengo cómo seguir.

Calle 18. Viví ahí de niño, en una calle tranquila muy cerca del Parque de O’Higgins, que era mi patio. Para las fiestas patrias veía salir a los militares y hacían las fondas y yo iba solo, a los 10 años, a recorrer en las mañanas. Era insertarse ese mundo del comercio, donde había gente muy despierta y viva, que vendía cosas increíbles, que te engañaba, que hacían magia. Habían baños públicos que, en ese entonces, eran de madera. En una oportunidad, un tipo vendía por 100 pesos de ahora poder ver a través de un hoyito en el baño a Rosita. Entonces, la gente hacía fila y veía a Rosita en el baño. Y con un amigo fuimos a verla. Cuando miré por el hoyito, estaba el escusado y había una rosa puesta al lado, con un cartel abajo que decía ‘No le diga al que viene’. Y nadie lo contaba para no ser el único tontón.
Persa Biobío. Cuando estaba en la universidad, cada vez que se me perdía o me robaban algo, iba ahí pensando que a lo mejor lo encontraba. Iba por algo preciso y terminaba comprando revistas, monedas y fotografías y diarios antiguos. Aunque si me habían robado el lente de mi máquina fotográfica, por ejemplo, nunca encontraba el mismo, pero sí otros que me servían y recuperaba mi inversión. Era un viaje de un tipo que observa mucho. Para alguien ligado al arte como yo, y que respeto tanto a los creadores de antes, es muy interesante. (Víctor Manuel 2220).
Parque de las Esculturas. Ahí evoqué la concepción de mi segundo libro, El jardín de los inocentes. Ahí me senté en las tardes hasta hilvanarlo y encontrarle sentido. Mis libros siempre están inspirados en un hecho real y, a partir de ahí, lo desprendo. Dentro del libro, el hecho es minoritario y tengo que poner un escenario y anti-personajes para hacer saltar esa historia. Lo que más se parece a esta explicación es cuando hago El día menos pensado. Ahí te cuentan una anécdota de que sintieron que alguien les tocó la espalda y cuando se dieron vuelta no había nadie. Entonces, yo genero una película de la anécdota pequeña. Cuando me inspiro en delitos o crímenes ocupan más espacio en la historia que relato. Yo trabajé hasta hace cuatro meses en Televisión Nacional, así que después de pasar por el canal me iba al parque junto al río Mapocho para inspirarme. Ese libro lo compraron en Alemania, en Inglaterra y en Francia. (Santa María 2205).

El café de Delia. Cuando estaba en la universidad, mi madre ya no iba a cobrar a las zapaterías. Yo cumplía un papel más importante en la fábrica y un primo mío era el vendedor y el que cobraba. Cuando nos había ido bien, me invitaba a un lugar en el centro, cerca de Alameda con Maipú, al que había que bajar una escalera para entrar. Era como un café con piernas, pero no igual. Hacían un show en el que una chica preciosa bailaba y todo el mundo aplaudía y parece que al final se sacaba no sé qué y nos mostraba un segundo y se iba. Nosotros quedábamos locos. Pero era muy decente, era ver una belleza, el lugar estaba lleno en la mañana. En un cuento le puse Delia. Un día la mujer de mi primo lo esperó afuera y no volvimos.
Mercado Central. Yo soy mucho de ir a lugares públicos, de nuestra cultura folclórica y creo que en el mercado está el chileno, el auténtico. El que vende el pescado, el que es garzón. En la medida que puedo, sigo yendo a comer mariscos al Donde Augusto. Ahí puedes comer tranquilamente, aunque hoy día hay más turistas que chilenos.
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