Tan contradictorio como en toda su gestión, Ricardo Gareca dijo en su última conferencia de prensa que “siempre sintió el respeto del pueblo chileno”. Al menos extraño si había dicho que no iba a los estadios ni a tomarse en café por temor a generar incidentes.

Su ciclo se cerró de manera triste y previsible. Su nómina final fue extraña: dejó afuera a Pulgar, Fernando Zampedri y Ben Brereton, e insistió con Arturo Vidal, Esteban Pávez y Lucas Assadi, tres que pasan por un muy bajo momento. Además, convocó a Rodrigo Ureña, un debutante de 32 años que juega en Perú y dos laterales de escaso recorrido internacional.

Equivocado en todo -incluidas las declaraciones-Gareca vivió la más estrepitosa de las caídas en el respaldo público y periodístico. Llegó aclamado y vital, se fue despreciando y consumido físicamente, queriendo hacer gestos históricos que compensaran su fracaso. Le soltaron tempranamente la mano los dirigentes y esa fue una valla insalvable para su estabilidad.

Anoche, a casi 4.200 metros de altura en El Alto de La Paz, no solo tuvo que masticar la derrota por dos a cero, sino también la indolencia de sus dirigidos. Se despidió en un vestuario silente, y no quiso en principio hacer declaraciones. Rectificó ante las presiones y fue un adiós opacó y poco emotivo.

Pablo Milad, el presidente de la Federación, quiso deslindar responsabilidades asegurando que nominará un gerente técnico -cargo vacante desde hace rato- para hacerse cambio del duro reemplazo para los partidos ante Brasil y Uruguay.

Alexis Sánchez le puso la lápida a la generación dorada asegurando que el único sobreviviente era él. Y que en 20 años jamás vivió algo igual, olvidando que es su tercera eliminación en línea. Quizás se refería a que nunca vivió una vergüenza igual: últimos en Sudamérica y extraviados de manera terminal.