Curvas, sudores y agobio para Alcaraz, superviviente ante Fognini
El murciano sufre en el estreno de Londres ante el italiano, de 38 años, en un mal día que cierra con 62 errores y cinco sets: 7-5, 6-7(5), 7-5, 2-6 y 6-1, tras 4h 37m


Nace este Wimbledon en forma de enredo, con curvas, sudores, agobio abundante y, en definitiva, un buen sofocón para Carlos Alcaraz, quien después de más de cuatro horas y media —4h 37m, el cuarto partido más largo que ha disputado— señala a Fabio Fognini y desvía el aplauso de la grada de la pista central hacia el veterano. Son palmas de reconocimiento. Son 38 años, una bonita carrera a sus espaldas y, en su más que probable despedida de Londres, un desafío en toda regla que por instantes ha guiado al número dos del mundo hacia un callejón oscuro. Lo salva el murciano, pero a buen seguro que recordará este lío en la apertura, resuelto en cinco sets: 7-5, 6-7(5), 7-5, 2-6 y 6-1.
Venía Alcaraz —citado el miércoles con Oliver Tarvet, 733º e invitado por la organización— de ganar en Queen’s, de dominar de cabo a rabo en la tierra. Pero, por manido que sea el concepto, los inicios son siempre tramposos y más entre la ductilidad del grande británico. Fognini era una trampa. “Estaba sacando bien y jugando bien, pero Wimbledon es diferente y especial. He intentado hacerlo lo mejor posible y controlar los nervios, pero puedo hacerlo mejor. En general, creo que ha sido un buen partido”, concede Alcaraz, aunque las sensaciones y la estadística le llevan la contraria esta vez. Victoria de color grisáceo, más errores (62) que aciertos (52 ganadores) y hasta 21 oportunidades para romper para el transalpino, fiel a su pedigrí.
Esta es la cruda e imprevisible realidad de Wimbledon, este lunes en su versión más reluciente, soleada y veraniega; fantástica, bienvenida sea la luz que tanto escasea, claro que sí, pero los ingleses blanquecinos menean sin parar los abanicos por la falta de costumbre y van derritiéndose bajo los rayos mientras contemplan la fricción generacional. Entre uno y otro, 16 años de diferencia y una curiosidad: hasta aquí, antes del cruce, misma cifra de victorias tanto en el torneo (18) como en los grandes escenarios (71). Sintonía entre los dos, filigraneros de serie y generosos siempre con el espectador. Distintas formas, pero un mismo idioma. Creativos al poder.
Al italiano se le agota la cuerda, al filo ya de la retirada, pero sus raquetazos conservan la imaginación y toda la clase. Como siempre, compite sobre un par de losetas, prácticamente andando, tenista tan ingenioso como particular; así que pese a tener el agua al cuello después de haber resistido durante los cincuenta primeros minutos, expuesto al break, dibuja una sonrisilla cuando se dispara por equivocación un out. Genio y figura. Le duelen los pies y de ahí que le quede poco, dice, y da puntadas constantemente con la puntera de las zapatillas para recolocárselas, si no arrastra las suelas sobre la hierba con aparente desgana. Un trampantojo. Tal vez sean los andares más reconocibles del circuito.

Lo observa con atención desde primera línea Sir David Beckham, un habitual por aquí, y reconoce en ese paso cansino y esas caderas marcadas el trote ya extinto del Kun Agüero, otro al que le gustaba dosificar. Se contagia del ritmo —o sencillamente sea una elección, que esto es una primera ronda y queda mucha batalla por delante— el propio Alcaraz, finalmente superior en un primer set debatido a cámara lenta, pastoso y espeso por ambas partes, tirando a feúcho. Sin embargo, el español se guardaba la carta ganadora para decantar, atrayendo a Fognini a la red con una caricia y sorteándole a continuación con un globo de revés que hace saltar todas las costuras del italiano.
“¡Lamentable!″
Le cuesta a este un mundo girarse, otro tanto o más arrancar y, sin lubricante en el motor, acepta relativamente rápido que esa bola se ha convertido en una causa perdida. Imposible llegar. Con lo justito y lo necesario, el murciano abre el melón y despliega mansamente la alfombra, porque pese a que el de San Remo no se rinda —se acaba la gasolina, que no el orgullo del viejo rockero— y a que su derecha no esté nada fina, muy imprecisa a la hora de buscar el tiro definitivo, el pulso se encamina hacia donde se presumía. O así lo parecía. Pero de eso nada. Señor bache. La dinámica y bochorno, definitivamente, han terminado atrapando a Alcaraz, encasquillado, torcido y quejoso.
¿Qué demonios está ocurriendo? “¡No saco, no resto! ¡Lamentable!”, profiere el de El Palmar, incómodo y a disgusto todo el rato, sufridor, como si le hubiesen arrebatado toda la energía de un simple aguijonazo. Poco que ver con esa versión resiliente de Roland Garros y Queen’s, donde extraía una y otra vez soluciones sin recurrir a terceros. En esta ocasión, se gira con frecuencia hacia al banquillo y tras ceder la segunda manga, que parecía tener encarrilada, rotura a su favor, gesticula de nuevo hacia los suyos: ‘habladme, habladme, decidme algo’, viene a decir con el movimiento de los dedos. Mal jugado el desempate y reacción tardía, incompleta. Fognini lo cierra. Y se crece.

Cuellos arriba y hasta donde aguanten las piernas, plantea el italiano, que adivina el mal momento del rival y contragolpea para aportar una ingente dosis de picante. Por un último gran día, viene a decir. Por esta tercera edad del tenis: él, Novak Djokovic y Gael Monfils, los tres 38, los abuelos del torneo. La vieja escuela sabe bien por dónde enredar. “Siempre he dicho que, a los buenos, también en mi tiempo, Rafa, Roger y Nole, era mejor encontrarlos al principio del torneo. Porque empiezan. El primer partido es siempre complicado y yo no tengo nada que perder”, advertía la víspera en una entrevista concedida al diario AS y EFE. Así que no caerá de rodillas.
Alcaraz, sosteniéndose pero padeciendo de lo lindo, sigue compitiendo con la lengua fuera y Ferrero le recomienda que se moje la cara y se refresque, a ver si así se aclaran las ideas y pasa por fin el acaloramiento, en aumento. Está encendido. “¿Tienes algún problema? ¿No?”, se dirige a un espectador al ir a recoger la toalla tras haber cometido una doble falta. “¡Que juegue hasta los 50 años! ¡Si tiene nivel para jugar hasta los 50!”, se exaspera al ver que Fognini, opresivo e insistente, dolor de muelas constante, no cede y continúa apretando fuerte la soga hasta que, ahora sí, termina pinchando y se inclina. Resopla el vencedor, airoso tras superar un verdadero quebradero de cabeza.
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