Doble mensaje para Europa
Las elecciones en Alemania permiten anticipar un gobierno moderado en la primera economía europea pero ponen en guardia al resto de socios comunitarios al constatar que los ultras duplican su peso político
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Las elecciones alemanas con más participación electoral desde la reunificación del país, en 1990, dejan un doble mensaje para Europa. Por un lado, la racionalidad política se impondrá con la unión de las fuerzas más moderadas —previsiblemente, de democristianos y socialdemócratas— frente a los cada vez más pujantes extremos. Por otro, la tolerancia hacia ideas consideradas peligrosas hasta hace muy pocos años ha encumbrado a AfD, un partido que defiende principios políticos similares (con envoltorio diferente) a los que quebraron el continente con dos guerras mundiales. Está por ver cuál de las dos lecturas cala más en una Europa sumida en la incertidumbre.
Alemania pasó mucho tiempo reacia a liderar Europa (por marcar distancias respecto al hiperliderazgo ejercido en épocas oscuras). Esa disposición ha cambiado en los últimos años, con más iniciativas alemanas para tomar las riendas en políticas clave (y en concreto, en un ámbito impensable cuando se fundó la Unión Europea: el rearme militar del Viejo Continente). Pero ese deseo de buscar una mayor influencia en el proyecto comunitario coincide con un periodo en el que el peligroso germen del ultranacionalismo ha prendido de nuevo en el país con más potencia económica y población de la UE.
Tampoco ha hecho falta que en Alemania uno de cada cinco electores opte por un partido al que los servicios secretos vigilan por indicios de extremismo para que esas consignas se multipliquen en el resto de Europa. Las fuerzas radicales —con diferentes códigos y distinto énfasis— gobiernan ya en varios rincones de Europa. Y en algunos países muy destacados aún no encabezan el gobierno (por ejemplo en Francia y probablemente en Austria, último caso de principio de entendimiento entre las fuerzas europeístas para frenar a los ultras) porque la fuerza del cordón sanitario supera todavía —por muy poco— las presiones para romperlo. Más allá de los escenarios nacionales, en el Parlamento Europeo la fotografía es clara: alrededor del 25% de los eurodiputados defienden postulados contrarios a los que inspiraron la creación de la UE.
Una de las pocas conclusiones claras de todo este maremágnum es el enorme atractivo que genera el cambio (o más bien la expectativa de cambio) en importantes capas de la población europea. Muchos electores están dispuestos a aferrarse a una papeleta electoral que imponga un giro brusco respecto a lo conocido, aunque eso pueda conducir a perder buena parte de lo conquistado en 80 años. Lo rompedor, un concepto que tan eficazmente explotan diferentes fuerzas por toda Europa que en el fondo abogan más por volver a ciertos demonios del pasado que por innovar, actúa como un poderoso imán electoral. Y rara vez resuelve las legítimas inquietudes de una ciudadanía desconcertada.
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