Rebeca Andrade, Nadia Comaneci y tres gimnastas negras en el podio de los Juegos Olímpicos de París 24
En vísperas de los Laureus, la medallista de plata brasileña recuerda en Madrid el instante histórico vivido junto a Simone Biles y Jordan Chiles en los Juegos Olímpicos: “Aquel momento me hace sentir muy, muy orgullosa”


Han pasado ocho meses ya, pero cuando habla del podio de París, cuando lo revive, lo recuerda, Rebeca Andrade vuelve a sentir la piel de gallina, y se emociona, y hasta salta alguna lágrima, tanto vivió aquel instante fugaz: Simone Biles a la izquierda, la segunda; Jordan Chiles, la tercera, a la derecha, y ella, en el centro, la primera, y la medalla de oro en el ejercicio de suelo brilla en su pecho sobre el chándal oscuro, y a sus lados, de repente, se agachan en reverencia, los brazos extendidos, las dos norteamericanas, a su diosa, exultantes de alegría las tres, y la pirámide de Bercy, feliz devota de las tres mejores gimnastas de los Juegos, de las norteamericanas, de la brasileña de Guarulhos, la chica de las favelas, de su felicidad. Y la consciencia de que nada volvería a ser como antes.
“Aquel momento me hace sentir muy, muy orgullosa. No soy de las que lloran mucho. Soy una persona muy feliz y alegre. Siempre estoy sonriendo. A veces me duelen las mejillas de tanto sonreír. Pero fue un momento verdaderamente histórico en el que en el podio había tres mujeres negras, de diferentes países y con diferentes historias”, dice Andrade, que está en Madrid porque el lunes recibirá un premio Laureus, como también lo recibirá Simone Biles, que aún no está en la capital, y el pertiguista sueco Mondo Duplantis, que se sienta al lado y sus ojos, habitualmente entrecerrados, irónicos, se abren con admiración plena. “La pértiga tiene también mucho de gimnasia, y a mí me gusta practicarla un poco, a nivel básico, claro, así que puedo valorar lo increíbles, lo extraordinarias que son ellas”, dice el 11 veces plusmarquista mundial de pértiga (6,27m y creciendo), y campeón olímpico en Tokio y en París. “Y no lo digo porque estén ellas aquí”.
Duplantis habla en plural porque amadrinando a los dos, en el centro del escenario, brilla radiante Nadia Comaneci, la madre de todo esto, la gimnasta que revolucionó su deporte con sus dieces en Montreal 76, hace 49 años ya, y que la goza viendo cómo sus pollitas han crecido y también ellas han revolucionado su deporte, lo han llevado más allá aún. “Creo que no muchos lo sabéis, pero Rebeca vino a Oklahoma cuando tenía 10 años. El número 10 tiene algo mágico. En aquella época, solíamos organizar una competición cada año en febrero. Se llamaba Nadia Comaneci International Competition. Y la niña Rebeca Andrade, con 10 años, participó. Era una niña muy vivaz y risueña, que hacía acrobacias fantásticas”, recuerda Comaneci. “Y después de tantos años, creo que he crecido contigo y estoy muy feliz de estar aquí y felicitarte por todo lo que has superado…”
Andrade, de 25 años, no para de reírse y de hablar, tanto le divierte la reunión. “Siempre es un honor estar al lado de Nadia Comaneci. Me ha tenido mucho cariño desde siempre. Estoy enamorada de ella”, dice. “Es divertida, cariñosa, y creo que yo también soy un poco así”. Ella, allí, Comaneci a su lado, y Biles, la líder, en el pensamiento de todas. En tres Juegos Olímpicos han coincidido la brasileña y la diosa norteamericana. En Río 16, Andrade, de 16 años, la miraba de lejos y con la boca abierta; en Tokio 21, cuando Biles se retiró por el vértigo que sufría haciendo piruetas, y no sabía dónde estaban el cielo y la tierra, no la compadeció, sino que se enamoró de ella, de su bravura, y en París 24, la plenitud, las dos en el podio final, y la reverencia. “No sé muy bien qué palabra elegiría para describir a Simone Biles en Tokio, ¿quizás guerrera? No lo sé, pero sin duda fue muy valiente. Porque para una atleta de alto rendimiento, estar en los Juegos Olímpicos no es fácil. Entrenas toda tu vida para estar allí. Y luego hay algo que no puedes cambiar, no es algo físico, es mental. Simone hace movimientos tan difíciles, ejecuta movimientos tan difíciles, que podría ser muy grave para ella si no estuviera completamente a la altura y si algo no saliera exactamente como ella quería”, dice la gimnasta brasileña, oro en suelo en París por delante de Biles, y la música de la canción de la favela, y ello tras superar tres roturas de ligamentos de la rodilla derecha. “Y luego, tener que escuchar los comentarios de los periodistas y los fans, y lo que pasó en las redes sociales, donde la llamaron cobarde y dijeron que tenía miedo. No puedo decir que sintiera lo que ella sintió porque nunca pasé por eso, pero sentí un cariño aún mayor por ella. Vi lo fuerte que es, no solo como atleta, sino como persona y como ser humano. La vi volver después, también vi lo feliz que estaba, afrontando y sabiendo que había sido capaz de pasar por todo eso. Y hoy, seguir siendo esta gran gimnasta, esta gran persona y atleta es maravilloso. Quiero competir con ella durante mucho tiempo porque creo que las dos competimos muy bien cuando estamos juntas”.
Terminada la sesión, Duplantis consigue hacerse un selfi con las dos gimnastas, y después, Comaneci, maestra de ceremonias, protagonista siempre, no puede evitar pedirle a Andrade que pose con ella haciendo la misma reverencia que le hizo a Biles en el podio de París. “Fue una foto histórica increíble”, proclama. “Debería convertirse en una tendencia en el podio”.
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