Señor director Armando Castilla:
Leí con profundo desagrado las noticias de hoy y de ayer acerca de los ataques contra el periódico VANGUARDIA, cosa que me obliga a externar mi opinión sobre el tema.
No soy abogado, por suerte, sino académico. Desde hace más de dos años he dado seguimiento a la discusión acerca de la búsqueda de la transformación del Poder Judicial mexicano. La mayor parte de los periodistas se inclinan hacia la defensa de tal poder. Y, en el papel, quizás tienen razón: México se definió desde un inicio como una república con tres poderes de manera que pudiese establecerse un equilibrio que impidiera que cualquiera de ellos intentase el dominio del país.
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En papel, repito. Esto no nos da una certeza de legalidad. A través de nuestra historia hemos visto que la práctica ilícita es mucho más habitual que la aplicación de la ley. Émile Benveniste, el gran filólogo y lingüista francés, encontró que el ideal de justicia nos viene de muy lejos. Simplemente, desde el antiguo Irán, ya se pensaba, hace milenios, que el equilibrio era la única e inequívoca base para que nadie abusara de su poder, refiriéndose entonces a todas las posibilidades, incluyendo arbitrariedades contra personas, pero mucho más contra instituciones y comunidades. Emparejar sería el término más cómodo de esa maravillosa creación.
Ahora nos topamos con un “desequilibrio” evidente en que un hombre poderoso, que tuvo en sus manos el Poder Ejecutivo, intenta retomar su dominio partiendo del acuerdo con personas que tienen como cargo, responsabilidad y obligación, precisamente, juzgar. Y en ese verbo aparece el eterno ideal, pues inicia con el anuncio o sentencia “ius”, es decir, justicia o emparejamiento o equilibrio.
Considero que el cambio que estamos viviendo, del Poder Judicial, tan doloroso para muchos, no es más que el producto de una larga experiencia que ya perdura más de cien años (Miguel Ramos Arizpe condenaba sus desviaciones). De que una buena parte de ese poder se ha corrompido no puede quedar duda en nadie: muchos jueces, ministros y demás han dado pruebas de una proclividad hacia el arreglo de los casos judiciales no a partir de la ley sino de los acuerdos pagados de una sentencia interesada. Los “sabadazos” son algo que demuestra de qué están hechos no pocos jueces (dejar salir a criminales en sábado o en la madrugada, precisamente porque no hay posibilidades de encontrar oposición). Eso no es lo peor.
Lo que sucede a VANGUARDIA es claro: en dos días se lanza una sentencia por la que se le priva de sus haberes, cosa que representa su capacidad comunicativa. La lucha por la libertad de expresión, la búsqueda de la verdad, la relación periodística con los acontecimientos y los lectores queda destruida, aniquilada. No estoy defendiendo a VANGUARDIA porque no soy ni juez ni abogado, pero sí condeno al Poder Judicial. Este se ha ganado con creces su transformación desde las raíces. Ministros que defendieron a delincuentes contra el pueblo de México deben dejar de ser el fiel de la balanza. Estamos a pocos meses de apoyar la creación de un Poder Judicial realmente autónomo, independiente de los otros dos poderes, pero, en especial, del poder del dinero. Estoy con VANGUARDIA.
Carlos Manuel Valdés